UNA POSTAL

Mi padre se murió hace once eneros.
El río de las lágrimas expira.
Decir que aún lo lloro es mentira,
mentir que lo he olvidado es desafuero. 

¿Y el patio con las plantas de cedrón?
¿La verde bicicleta en una esquina
de un Banco, resguardada por la encina
en horas de la siesta? ¿Y la canción -

postrada en el silencio en un rincón - 
de Strauss en ese viejo tocadiscos?
¿Y el brillo en el Renault ? ¿Y el muy arisco
latido de su roto corazón? 

¿Y el blanco laberinto de papeles
con números y cuentas, los diversos
volúmenes mostrando El Universo,
poblando los gastados anaqueles?

— ¿Sus hijos...? — En los mismos escritorios,
andando las idénticas veredas,
gastando los < no sé cuánto nos queda >
en trágicas comedias. Ilusorio

fue el plan de la que juega a ser poeta,
vestida con un sayo que le es grande,
desnuda en carne viva que se expande,
queriendo - y no logrando - estarse quieta.

Confiando en el Amor para salvarse
del mítico naufragio de la Vida, 
tirando una moneda desvalida 
en fuentes de tesoros por secarse.

Para aplazar el golpe de la Muerte, 
para darle un sentido al sin sentido
y no dar por perdido lo perdido, 
firmando que <me jacto de quererte>

< Las cosas que se callan, pero viven, 
debajo de las letras que se escriben >

D E B A J O D E E S T A S L E T R A S