I
La vida nos va a llevar
(como a todos) por delante
y nunca vas a saber
cómo fundiste mi sangre:
la que al nacer, me fue dada
como de rojos cristales
y con igual atributo
que el de los ríos polares.
II
La vida nos va a rodear
en el final del combate
y va a exigir que rindamos
nuestro batido estandarte,
sin que vos hayas sabido
cuánto te extraño en las tardes
en que tu nombre sagrado
y tu recuerdo me invaden.
III
El tiempo nos va a ganar
(no nació el que a él le gane)
con su lenta tiranía
y su autocrático avance,
y nunca vas a saber
cuántas noches implacables
mis dedos atolondrados
te buscaron en el aire.
IV
La vida nos va a informar
en dos enfrentadas calles,
que ahí terminó el camino,
que ya no abrirá otras calles,
sin que vos hayas logrado
descifrar tantos mensajes
que - como pude y a tientas -
yo me empeñé en enviarte.
V
El tiempo nos va a dar vuelta
la última página clave
en este libro de cuentos
que yo me obstiné en contarte,
y nunca vas a entender
del todo, que en mi paisaje
estéril, fuiste la vida
que nadie más pudo darme:
VI
la luz que aplastó la sombra,
el sol para los trigales,
el agua de lluvia dulce
en los vastos arenales,
el aire puro sanando
mi erial, con arresto suave,
que antes de vos, era ciénaga,
y después de vos, fue valle,
un paraíso secreto
pero de gracia invaluable,
(aquello que no se ve
suele ser lo que más vale).
VII
Insisto, fuiste la vida
que nadie más pudo darme.
El fuego interno ganando
al invierno su abordaje.
La juventud regresando
por un tris inmensurable,
burlándose de mis años
en una visión sin parches.
VIII
La vida que vos me diste
nunca nadie pudo darme
y no me alcanzan los versos,
las manos, los ademanes,
las palabras, y los libros,
y tampoco las imágenes,
para inventar una forma
de hacer tangible - sin márgenes -
de agradecerte, amor mío,
por existir, por dejarme
mojar los pies en tus aguas
jordánicas y adorables.
IX
Y aunque el tiempo, que es Damocles,
con su espada nos aplaste,
nos dicte clara sentencia
y un día, por fin, nos gane,
y hasta esa hora, vos nunca
creas en estas verdades,
que hoy escribo sobre arena
con una tinta imborrable;
X
sirva este pobre alegato
con estrofa de romances,
para decirTE y decirLES
a todos los que reparen:
Que a riesgos ilimitados
y a pesar de los pesares,
fue de tu mano el madero
que bastó para salvarme,
(Un prodigio que no encuentra
virtud para compararse,
y que jamás logrará
Destino alguno quitarme).