Un Tigre en cautiverio desconoce
que el mar se vuelve rojo por la
tarde,
que al viento no hay San Juan que lo
acobarde
y nunca habrá una lluvia que lo roce.
Le fue vedado el haz de algún
misterio,
el mal del cazador no lo amenaza,
el mundo es jaula, rejas, techo,
casa,
y grises son los muros de su imperio.
Le da seguridad tanta quietud,
el agua y la comida no le faltan,
alarmas y arrebatos no lo asaltan
y lleva la certeza por virtud.
Él sabe que no hay hierros que lo apresan,
que el Miedo solamente es quien lo
amarra,
quien lima el doble filo de sus
garras
y anula su bestial naturaleza.
Saber no es sinonimia de querer.
Querer no siempre alcanza. Se dilata
con miles de argumentos que lo atan
a rémoras que no lo dejan ser.
Si salta, se imagina que restalla.
Si queda en donde está, se muere
lento.
Su nido ha transmutado en un tormento
que resta voluntad y suma vallas.
Pero, sin sospechar, ya ha dado un
paso
que no habilita un punto de
repliegue,
y sabe (aunque lo calle, aunque lo
niegue)
que ya encontró la llave entre los
brazos
de una digna hereje de La Fragua,
que suele escribir versos en el agua…
E N E L A G U A . . .