Alguna tarde azul yo me habré ido
sin más que un portalágrimas de viaje,
un vértice de aire en el paisaje;
y en paz, escasamente habiendo sido.
En ese mismo instante habré dejado:
escritos sobre arena los esfuerzos
por no ser olvidada, y estos versos
que a golpes de tu nombre se han moldeado;
un árbol no plantado y un pedido
expreso entre las líneas de mis manos
de no desamparar a mis hermanos,
en aras de salvar lo ya perdido.
Los huesos de mi madre entre mis huesos,
los ojos de mi padre, ya exiliados
del sol, y mis errores no pagados
en un legajo gris de poco peso.
La mancha en el sumario, el protagónico
de un vasto Paraíso sin manzanas
(la alquimia que no fue, las letras vanas,
y el barco que se hundió en un gesto agónico).
Papeles secundarios en un aula
que ofician de balones abollados,
que no podrán salvar de sus pecados
los hijos de los hijos de mi Paula.
Y el plano que seguí (para mi gloria)
que lleva hasta el umbral de tu memoria.