Cuando dos placas tectónicas chocan
en uno mismo, todos los dolores
son implacables, son devastadores
y al corazón desvencijado enfocan.
Lo que ¨yo quiero¨ y lo que ¨debo hacer¨,
contra lo que ¨es¨ indefectiblemente,
nos hacen ver, irremediablemente,
que está en Nosotros el Otro a vencer.
Y en ese duelo de espejos sangrientos,
va la Razón primera, a paso fuerte
y el Corazón llorándose la suerte,
en aquelarre de remordimientos.
El miedo rompe el cristal (que era débil),
los pies descalzos corren y se tajan
sobre los sueños (que se resquebrajan)
sabiendo que eran siembra en suelo estéril.
Hasta que un tiro bifurca el Destino
y el agujero en el vientre te obliga
a decidir ser cizaña o espiga ,
sin un tercer atajo en el camino.
Y ahí te quedás… con el pecho que arde
y con la opción de (antes de tu muerte)
dejar de hacer de payaso sin suerte
en el Teatro Gris de los Cobardes.
Pero ¡ qué precio alto, tiene, hermano,
alzar la voz y levantar la mano…!