El Tiempo me ha pegado en la corteza,
la savia corre lenta y se diluye.
Pervive una raíz que se destruye
despacio y sin un gesto de tristeza.
El alma que me habita -sin temor-
declara a cielo abierto y en voz alta,
que cree ciegamente que le falta
el aire si descree del amor.
Sospecho que mi piel es selectiva.
Renuncia al <porquesí>. No le interesan
resguardos, ni diamantes, ni promesas;
y va de frente, arguye que está viva.
Mi boca elige bien en el paisaje
la lengua que se atreva al doble filo.
Mi cama puede ser un buen asilo
si encuentra un caballero con coraje…,
< que cada cien mil años uno aflora >
se allana a darle vida a mis poemas;
y cuando ya ese fuego no lo quema,
se va sin platos rotos ni demoras.
Arriesgo hasta la vida por un beso
si viene de los labios que he elegido,
y cuando se me niega lo querido,
se va cayendo solo, por su peso.
En fin, no juego bien al doble juego,
por eso apuesto todo a un solo Nombre,
que nunca el ojo humano de los Hombres
podrá leer ni a látigo ni a ruego.
La luz de mis retoños no me engaña,
no calma los efectos de los daños,
no gana la batalla de los años
ni va a evitar la coz de la Guadaña.
¿Qué queda…? Militar en la Firmeza,
que el viento que me tuerce, no me rompa,
y el costo de las penas no corrompa
el margen que me resta de entereza.
Me salvan: la esperanza, la porfía,
tus ojos (qué deleite, qué esplendor,
qué fuente de deseo, qué motor... )
y un río turbulento de poesía.
M E S A L V A N