Aquí me tienen, juntando los pedazos
de los rotos cristales que cayeron
por haberme atrevido al desafuero
de anunciar mi verdad en el ocaso.
Sobornando a Cupido sin lograr
convencerlo de no pifiar tu flecha.
Con Damocles soñando mis dos fechas
sobre el mármol que no querré habitar.
Aquí me tienen. Deshojo margaritas
como aquél que no encuentra la respuesta,
con la piedra de Sísifo en la cuesta
y la fe de Verónica en la ermita.
Enfrentando la vida en su mitad,
descartando los pasos del cobarde,
explicando que haber llegado tarde
no fue un caso de mala voluntad.
Apelando (por fin) la última instancia.
Apostando a tus ojos mis diamantes,
con la fe subversiva y delirante
de una hermosa y secreta militancia.
Aquí me tienen, bajando la cabeza
con la austera conducta del lacayo,
imitando el espíritu del tallo,
que ante el viento, declina su firmeza,
con la doble intención de no romperse
y encontrar en el suelo un aliciente
que lo impulse hacia arriba nuevamente.
(No hay mejor desafío que caerse…).
Y midiendo – al margen de estas quejas –
la distancia y el ancho de mis rejas.