No me dejes en paz, que la tortura
sea continua e imperecedera,
que me agite la sangre aunque no quiera,
que sea gota de aceite hirviente y pura.
No me frenes el viento, que el impulso
me embista con tu nombre hasta la cima,
que me roa la piel como una lima
y que me haga perder la paz del pulso.
Removeme el puñal hasta la entraña,
que tu espada se incruste - sin piedad-
contra el costado de mi voluntad,
y sin contar las veces, y con saña.
Que seas rey y señor, y dios, y dueño
del palacio cerrado de mis sueños.
Que se juegue en tu lid toda mi suerte.
Que seas la contracara de la Muerte.