Una semana ha que lloro,
que me estoy deshidratando
y un río de sal va andando
mientras yo... le hago el coro.
Me pegó el día en el medio
del corazón, una bala,
un puñal frío con alas,
me dio y no tiene remedio.
Ya mojé cuatro manteles
con lágrimas, mientras digo
a un pobre inocente amigo
que es tu amor el que me duele.
De vez en cuando respiro
para tomar el café
(que ya se enfrió) doy fe,
con semejantes suspiros.
- Él no me quiere- repito-
entre espasmos y estertor-
y yo, que muero de amor,
lo extraño y lo necesito.
-¿Qué pasa en los corazones
de los hombres? ¿Son de amianto?-
pregunto mientras con llanto
voy llenando los fuentones.
Mi amigo me mira y toca
mi hombro de vez en cuando,
no sé si me está escuchando
o decidió que estoy loca.
¡El mal de amor no se cura!
me dijo mi espejo ayer,
y no le puedo creer
tan incongruente locura.
Hay que bajar decibeles
y esperar que el sol regrese,
que la pena dicte el cese,
y entrar a lavar manteles…
El mal de amor ¡sí se cura!-
le digo a mi espejo ahora-
y una llorosa señora
me mira- no muy segura...