Roto el cristal que ayer me sostenía,
aprendí a caminar sobre despojos,
la arena no me impide abrir los ojos
y avanzo en la cornisa noche y día.
El cuerpo se acostumbra a los vaivenes,
el alma roza el suelo y hace callo,
se evitan las espinas en el tallo
y no te subís más a tantos trenes.
Las manos, con las teclas, no se enfrían.
La voz resiste más a los inviernos.
No existen los temores al Infierno.
Y el Cielo se parece a la Poesía.
Qué lástima… (a pesar de tanto orgullo)
mi corazón, que sigue siendo tuyo…