De un insurrecto espíritu provienen:
la majestad del viento, el ancho río,
la luz del sol con tanto poderío,
y la gaviota que a su par se aviene.
La infinitud del mar a nuestros ojos,
la terquedad azul de la montaña,
y el oro blanco que al trigal se apaña,
como al ocaso se adhieren los rojos.
Tal vez de espíritu tan insurgente,
también proceda este amor que percibo
con su especial muestrario de adjetivos:
vasto, rebelde, único, insistente.
Amor así, que irrumpe en cuerpo y alma,
no puede haber nacido de la calma…