Y fue limando una a una las rejas,
(costó el esfuerzo, la sangre, los años…)
mejor obviar cuantificar los daños
en esas manos cansadas y viejas.
El ventanal se develó y la luz
encandiló sus ojos deslucidos,
vigorizó el tambor de sus latidos
y desclavó el madero de la cruz.
Como en un mítico abrazo de Palas,
amaneció, la jaula estaba abierta,
sabía bien cómo empujar la puerta,
y se palpó de espíritu y de alas.
Ahora restaba animarse a saltar,
y (como sea) aprender a volar.