I
Amor, yo estuve pensando…
(no mucho, por no extenuarme)
que si a fuer de desairarme,
por vos estoy: delirando,
chiflada, encantada, ida
y envuelta -con moño y todo-
(como el pobre Quasimodo
tras su Esmeralda perdida).
II
Que una buena solución
para este trágico asunto
sería ponerle el punto
con un golpe de timón.
No hay situación problemática,
ni operación, ni teorema,
que no encuentre a su problema
la solución matemática.
III
Por consiguiente, ya ves,
que en regla de tres inversa:
Mientras sea pobre y adversa
la condición que me des
para volver a tus brazos
¡más fuertes serán mis bríos!
¡más guerreros mis navíos!
¡y más cáusticos mis pasos!
IV
En cambio, si me dejaras
hacer y hacerte a destajo
las ideas que barajo...
¡y si por fin te allanaras!
a lo que mi alma te pide,
sin peros, quizás, ni veto,
(y con el único objeto)
de que por fin yo te olvide,
V
esta historia descabal,
serpenteada y retorcida,
que no vislumbra salida,
encontraría un final.
Ergo, la voz del destino
pone en tus manos el dato
para que en menos de un rato
me saques de tu camino.
VI
¡Qué poco te costaría!
seguir estas directrices,
hacernos a ambos felices
y escapar de mi porfía.
Pagar un costo menor,
acogerme…, aceptarme,
logrando así conformarme
y librarte de mi amor.
VII
Tal vez te suene machista
esta oferta que leíste,
PERO vos mismo dijiste
con tono firme y realista:
que una dama se va sola
sin precisar que la echen
(y sin penas que la acechen)
cuando un hombre le da bola.
VIII
La Ley de Amor dictamina
que el antídoto perfecto
para curar sus efectos
es la propia medicina.
Y que no hay mejor manera
de perder a una mujer
que darle, sin contener,
¡ justamente ! lo que espera.