Los hombres que me ven pasar, debieran
saber que el tiempo es corto, que se va,
que más de lo que pide, es lo que da,
y de él, tomar el brillo que pudieran.
Al ver las sombras últimas que abrazan,
no existe alivio igual que los destellos
guardados bien adentro (todos ellos)
le ganan a los miedos que amenazan.
Te miento si te digo que no pesa
la espalda con el arco algo vencido,
que fue fácil el vuelo, que he podido
surcar todos los cielos sin tristeza;
pero a decir verdad, tengo entereza
en esta noche azul, porque he sabido
libar de cada instante que he vivido
la miel, con cierto margen de grandeza.
No hay una sola queja en mi equipaje,
he visto amanecer, su luz fue guía
y pródiga caricia. La alegría
de un tibio atardecer selló mi viaje.
Me llevo bien grabado en la memoria
el beso de tu Amor, que fue un momento
valuado en cien mil vidas y que siento
no va a morir conmigo. Pena y gloria,
me asisten al final de esta jornada.
La Pena, que escondida y tan silente,
me otorga una medalla de valiente;
y en un rincón del alma, bien airada,
(buscando que ¡hasta Dios! mire y se asombre…)
la Gloria, bajo el signo de tu nombre.
saber que el tiempo es corto, que se va,
que más de lo que pide, es lo que da,
y de él, tomar el brillo que pudieran.
Al ver las sombras últimas que abrazan,
no existe alivio igual que los destellos
guardados bien adentro (todos ellos)
le ganan a los miedos que amenazan.
Te miento si te digo que no pesa
la espalda con el arco algo vencido,
que fue fácil el vuelo, que he podido
surcar todos los cielos sin tristeza;
pero a decir verdad, tengo entereza
en esta noche azul, porque he sabido
libar de cada instante que he vivido
la miel, con cierto margen de grandeza.
No hay una sola queja en mi equipaje,
he visto amanecer, su luz fue guía
y pródiga caricia. La alegría
de un tibio atardecer selló mi viaje.
Me llevo bien grabado en la memoria
el beso de tu Amor, que fue un momento
valuado en cien mil vidas y que siento
no va a morir conmigo. Pena y gloria,
me asisten al final de esta jornada.
La Pena, que escondida y tan silente,
me otorga una medalla de valiente;
y en un rincón del alma, bien airada,
(buscando que ¡hasta Dios! mire y se asombre…)
la Gloria, bajo el signo de tu nombre.