Te debo el cielo. Gracias, muy amable.
Te debo el fuego sobre las cenizas.
Te debo el sol y por qué no las risas
de un mundo paralelo e improbable.
Te debo cinco mil trescientos versos.
Con éste, cinco mil trescientos uno.
El saldo no se paga con ninguno
de mis líricos y múltiples esfuerzos.
Te debo el empujón hacia la vida,
el pentagrama de luz, la flor abriéndose
en un punto del aire, y ofreciéndose
de par en par, recién amanecida.
Te debo la manzana mordisqueada,
la marca en el orillo, la osadía
y la más íntima soberanía
del doble filo de la dulce espada.
Te debo, en fin, el golpe de la suerte,
la lluvia en el desierto,el volantazo,
y un ángel del Edén entre mis brazos
riéndose del frío de la muerte.
Descreo de esta letra y su virtud
para dar cuenta de mi gratitud.