I
Lejana en la intención de dar consejo,
suscribo en estos versos repetidos:
(bregando porque sean bienvenidos)
mi arenga, que ambiciona llegar lejos…
Al menos a tu casa… Que te toque
la puerta despacito y vos me escuches,
y por no hacerme caso– ya no luches…-
¡Dejame que lo sueñe y que lo invoque!
II
Te dije tantas veces… vidas breves
nos ha predestinado nuestra suerte,
y no hay otro final que el de la muerte
y no hay otro tesoro que te lleves,
excepto el galardón de haber vivido
con máxima efusión cada minuto,
rozando en ese límite absoluto
la cota del extremo permitido.
III
No cierres las ventanas, es momento
de abrirme sin dudar tantos cerrojos,
de darle libertad a tus antojos
y ser feliz jugando con el viento;
de no callar los ¡Quiero! y los ¡Te quiero!
de ser más vos que nadie, frente al mundo,
y al fin dejar el puesto del segundo
a aquél que no se anima a ser primero.
IV
El sol que no nos quema, nos escombra,
el mar que no te anega se sublima,
la luz que no te ciega se termina
volviendo buena amiga de tu sombra.
Ayer es un recuerdo borroneado,
Mañana una ilusión –aún- no -nata,
Futuro una posible fe de errata
que juega a ser trasunto del Pasado.
¿Y el Hoy? Un angelito alicortado
que mira reprochando ¡más acción!
y advierte con total resignación
que no beberlo todo es un pecado.
V
El quid es comprender que merecemos
vivir más que sufrir, y en esa gesta
parar de hacer preguntas, ¡dar respuesta!
sabiendo que podemos si queremos.
¡Crucemos hasta el mar por el que amamos!
¡Si ya quemamos naves, che, nademos!
La vida es un blasón que nos debemos.
Hoy estamos...
mañana, no sabemos.
Ojalá...
que llegue hasta tu casa… Que te toque
la puerta despacito y vos me escuches,
y por no hacerme caso– ya no luches…-
¡Dejame que lo sueñe y que lo invoque!