UNA OFRENDA PARA MI HIJO

Escribo para decirte
que yo te ofrecí mis brazos
con la misma sencillez
que al nido se ofrece el árbol.
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Y que te hice saber
que no siempre serían mansos
los vientos en el invierno
y los soles del verano.
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Pero que, a pura porfía,
mis ramas serían amparo
por si quisieras usarlas
para refugio y descanso.
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Y aunque a tientas y a tropiezos,
y máculas en el manto,
y rótulos en la frente,
como pude: te he guiado,
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sin tener muy firme el pulso,
con mucho error en el paso,
y en medio de un mar de dudas
con múltiples sobresaltos.
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Con sismos que me acometen,
con manchas en mi legajo,
(como un ángel de la guarda
que ha nacido alicortado).
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Que la manta que me cubre
no tiene los bordes blancos,
y no pude regalarte
ni una estrella, ni un milagro.
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Pero con grietas y todo,
la roca sostuvo al lago,
para que el lago no rompa
sus cristales, cerro abajo.
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Y en fin, me resta decirte,
en este abril desgajado,
que lo que más tuve es amor
del que nunca venció el plazo;
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del que desbordó sin límites
y jamás se hizo pedazos,
y multiplicó sus fuerzas
aunque el camino fue amargo.
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Y si algún día cualquiera,
en tu horizonte lejano,
en las lindes del futuro,
o en el presente cercano,
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necesitaras de mí
para encontrar un atajo,
por si el lucero se esconde
o se hace muy duro el tranco;
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no olvides que yo confié
en vos, como el que en un páramo,
ve el atisbo de una flor
naciendo, a pesar del barro.
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Y te seguí con mis ojos
mientras te fuiste alejando
hasta que el sol permitió
con su luz, seguirte el rastro;
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con la absoluta certeza
de que, a pesar de los tajos,
en la curva de tus alas
tengo mi premio más alto.

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< Porque con grietas y todo,
la roca sostiene al lago,
para que el lago no rompa
sus cristales, cerro abajo >

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