GLOSA

Roto el cristal que ayer me sostenía,
aprendí a caminar sobre despojos,
la arena no me impide abrir los ojos
y avanzo en la cornisa noche y día.
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Pagué (César lo entiende) el desafuero
de hablarle al mundo a máscara quitada;
un hijo de mi carne ensangrentada
sostuvo los puñales que me hirieron.
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Dejé de cultivar entre las hiedras.
Traté de aligerar un poco el lastre;
y sin sentirme mal, para que arrastre,
a Sísifo, le di mi propia piedra.
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Mi cuerpo se allanó a muchos vaivenes,
el alma rozó el suelo y se hizo callo.
Evito las espinas en los tallos.
Ya no me subo más a tantos trenes.
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La hiel de las serpientes no me aliena
el núcleo de la sangre (como antes),
y ya no me creí que eran diamantes
el brillo de los dientes de las hienas.
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Sé bien que el enemigo que me acecha
no es otro que el que veo en el espejo.
Y avanzo con el temple de los viejos
guerreros, ante el riesgo de las flechas.
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Los días y la fe se hacen pedazos
sobre mi corazón (de Único Dueño).
- Y a fuerza de buscarte entre los sueños,
a duras penas late entre tus brazos.
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Las manos, con las teclas, no se enfrían.
La voz resiste más a los inviernos.
No existen los temores al Infierno.
- ¿ Y el Cielo… ? - Se parece a la Poesía.
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< En fin > para dejar en el camino
saldados los haberes del Destino.

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