Se fue rompiendo el castillo, sin pausa.
Los naipes uno a uno se tumbaron,
y sobre un mármol frío redactaron
un epitafio sin nombres ni causa.
La Maestra de Obras contempló la escena
sin estupor, sin dolor y sin llanto.
¡Edificarlo había costado tanto…!
y sin embargo, no sentía pena.
Tal vez al filo del entendimiento,
el eco atroz de la cruda razón
ganó la apuesta al pobre corazón
que construyó sin colocar cimientos.
Ir tras tus pasos, alcanzar tu mano,
fue igual de mágico, sublime, y vano…