No fueron las barreras azules de los mares,
ni el trazo ecuatoriano clavando en los ijares
terrestres su estilete. Ni el frío en los glaciares,
ni el límite del sur sangrando sus pesares,
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ni el trazo ecuatoriano clavando en los ijares
terrestres su estilete. Ni el frío en los glaciares,
ni el límite del sur sangrando sus pesares,
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capaces de evitar que, en sus vuelos cruzados,
se encuentren dos gorriones oscuros, desalados,
a los vientos porfiando, con sus lomos quebrados,
esquivando balazos y a tanteos errados.
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se encuentren dos gorriones oscuros, desalados,
a los vientos porfiando, con sus lomos quebrados,
esquivando balazos y a tanteos errados.
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Y al verse, y al tocarse, y a la luz de esa hoguera,
juraran bajo un mudo testigo la quimera
de jamás olvidarse (pensado, quién lo hubiera…)
y que Dios - a un costado - ¡de envidia se torciera!
juraran bajo un mudo testigo la quimera
de jamás olvidarse (pensado, quién lo hubiera…)
y que Dios - a un costado - ¡de envidia se torciera!
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¡de envidia se torciera!
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