Perdí el zapato y me volví a buscarlo,
pero el vestido de seda ampulosa
sobre la escala toda resbalosa
me jugó en contra y me obligó a pisarlo.
Lo convertí en mil quinientos cristales
que se clavaron en mi pie derecho,
mientras llorando, pensaba: ¨¡Bien hecho!
que merecidos tengo estos puñales!¨
No es bueno andar corriendo en escaleras
buscando príncipes que no vendrán,
y hadas que nunca nos convertirán
la vida real en absurdas quimeras.
Así que, vamos, ¡ levántese m´hija,
y tanta suma de yerros... corrija !