¿Cuántas veces es posible
llamar la atención de alguien?
¿Con cuántos nombres risibles
y bajo cuántos disfraces?
¿Usando cuántos idiomas?
¿Trepándose a qué volcanes?
¿Destrozando cuántas reglas?
¿Desafiando cuántos cánones?
¿Con qué ensalada de estrofas
académicas? ¿Con cuáles
histrionismos, que en teoría,
aunque sean frívolos, valen?
Si lo sabrán los sonetos,
si lo sabrán los romances…
¡Tantas veces publicados
para los mismos debates!
¿Con cuántas fotos trucadas?
¿Con cuántas identidades
consigue un alma decir
lo que era mejor callarse?
¿Cuántos ríos de (¨te quiero¨)
en una pantalla caben?
¿Cuántos entran en un libro?
¿Y en dos? ¿Y en tres…? ¿Alguien sabe?
¿Cuántos celos? ¿Cuántas súplicas?
¿Cuántas quejas redundantes?
¿Cuánta ironía afilada?
¿Cuántos penosos derrapes?
¿Qué caudal de (¨No te vayas¨)?
¿Cuántos (¨Si estás, avisame¨)?
¿Qué volumen de (¨Te extraño¨)?
¿Qué conjunción de señales?
¿Qué cifra de (¨No me olvides¨)?
¿Cuántas dosis de (¨Buscame¨) ?
¿Y cuántos carros inmensos
cargados de (¨Perdoname¨)?
¿Qué porcentual de (¨Cogeme¨)?
¿Qué colección de (¨Mirame¨)?
¿Qué cantidad de piruetas
sobre cornisas virtuales?
¿Qué acopio de (¨Para siempre¨)
puede guardar sin quebrarse
un teclado envejecido,
que gastó hasta las vocales?
¿A qué miríada asciende
un catálogo gigante
de poemas que repiten
idénticas necedades?
que dan vuelta sobre sí,
que disimulan verdades,
que aparentan ser de piedra
cuando apenas son cristales.
¿Cuánto resiste una soga
que es forzada, hasta cortarse?
¿Cuánto dura una plegaria
repetida, hasta apagarse?
¿Cuánto se puede tardar
en no ver lo irrecusable,
y en aceptar lo palmario,
aunque revuelque la sangre?
¿Cuántas veces es posible?
decir que se ama a alguien,
sin que el mensaje se pierda,
sin que el que lee se canse,
y sin que el autor comprenda
que si la tinta se esparce…
es imposible evitar
que el propio verso se manche.