Cuando dos placas tectónicas chocan
dentro de uno mismo, los dolores
son implacables, son devastadores,
y al corazón desvencijado enfocan.
Lo que ¨quisiera¨ y lo que ¨debo hacer¨,
contra lo que ¨es¨, indefectiblemente,
nos hacen ver abrumadoramente
que está en nosotros el otro a vencer.
Y en ese duelo de espejos sangrientos,
va la razón primera, a paso fuerte,
y el corazón llorándose la suerte
sobre un herido mar de sentimientos.
Hace una V en el camino la Vida,
y nos empuja a encontrar la salida…