He soñado a mi padre anoche, tarde.
Lo he soñado llorando. Fue muy triste.
No pregunto por qué. La pena existe
cuando el sueño acomete, y es cobarde.
Sin embargo, al rayar el sol temprano,
lo volví a distinguir en el chispeo
de otros ojos, un dulce pavoneo
de pupilas, de azúcar en la mano
despojada. La vida se disuelve
entre lágrimas, luces y sonrisas,
y no hay muerto perdido en sus cenizas
que no torne a brillar. Mi padre vuelve
con un eco de luz ( y en otros ojos...)
a salvarme del mar de los despojos.