I
Hay un reino.
No es La Meca ni Macondo,
ni el Olimpo, ni el Edén de un dios histrión,
ni la Atlántida perdida en lo más hondo,
en el fondo de los mares de Platón.
Ese sitio no figura en ningún mapa
y del más fino radar, también se escapa.
II
Hay un reino.
No es la Tierra Prometida ,
ni la Torre de Babel, ni Ciudad Gótica,
ni el Infierno imaginado en esta vida
por el Dante y su divina pluma utópica.
Esa isla nunca juega en los Mundiales,
y no tiene voz ni voto universales.
III
Ese pueblo
no es el mítico paraje
donde Borges vio nacer al Inmortal,
ni tampoco es el jardín donde el linaje
de Chuang-Tzu soñó su duda existencial.
En sus piedras no está el fuego ni está el brillo,
donde Tolkien derritió por fin su anillo.
IV
Esa playa,
con los vientos a favor,
fue el lugar donde jactados de osadía,
sobre arena, como tigre y gladiador,
nos cruzamos en combate, vida mía…
Esa isla
fue una lid muy reservada,
donde fuimos a chocar nuestras espadas.
Y también el punto exacto en que topamos,
empujados por dos ángeles sin alas.
Fue una especie de sendero bifurcado
en jardines de una fábula borgeana.
V
Ese pueblo,
que me dio vida en la muerte,
que selló besos herejes y caricias,
que cambió en un giro mágico mi suerte,
que me dio frutas jugosas y delicias,
que fue brújula, remedio, paz, salida,
que le dio cinco sentidos a mi vida,
VI
de un mal día para el otro, se borró,
porque sí, porque no sé, porque quién sabe…
Hay sospechas de que nunca preexistió,
hay teorías que en ninguna mente caben.
Alguien piensa que tu propia voluntad,
lo ocultó de mis radares ¡sin piedad!
VII
Esa playa, que no sé ya dónde queda,
esa arena donde yo dejé mi nombre,
ese pueblo que tus ínfulas me vedan,
ese sitio, ignorado por los hombres,
yo te juro por mis ojos, alma mía,
que va a verme regresar ¡por fin! un día.
(Y si así no sucediera, ¡que Dios mismo!
me lo muestre antes de hundirme en el abismo...)