UN MANIFIESTO

No hay dictámenes para el amor.
No amuralles la esencia de un tigre.
No hay instinto en una institución.
Nunca encierres lo que nace libre.
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La pantera morderá, al margen
de que, con mesura, le acaricies
el hocico quieto y oprimido
en las más limadas superficies.
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Y no fuerces a cumplir decretos
a lo que {entre las piernas} te dice
que no habrá manera de obligarlo
a ocupar el puesto de los grises.
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Y no ocultes bajo un mármol blanco
ni los besos ni las cicatrices.
Que no te ate la nieve de un nombre
al destierro de los infelices.
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Que las lenguas de los alacranes
y los ojos de las meretrices
(que se auto proclaman benditas
porque callan sus propios mentises…)
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no te inciten a dudar del rumbo.
No las oigas y no trastabilles,
que ellas solas pisarán su manto
con su porte de malas actrices.
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No es humano evitar la manzana
en los árboles de los deslices
(un mordisco puede hacer crecer
el Edén en la tierra que pises).
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Y no pierdas ni el cielo ni el aire,
ni el motor que empuja tus raíces,
por estar distraído en las reglas
que se ocupan de cortar cervices,
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que ni Dante imaginó un Infierno
semejante al de esas directrices.
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