— Cuánto más gane la Ola a la arena,
menos azul habrá en su propiedad,
debilitando irá su voluntad
y el propio afán socavará su almena.
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Lo que en principio supondrá un tsunami
será una vana rompiente abatida,
que, sobre el fiel de la roca embestida,
se plegará como un leve origami.
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Se aquietará a medida que progresa,
perdiendo al paso el ímpetu inicial,
la intrepidez, la fuerza visceral
y su aptitud para causar sorpresa.
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Convencerá a la pequeña amazona
de que compite en la airada carrera;
y sacará de la vieja galera
un conejito que ya no se asoma.
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Le contará que: conoció al Amor
< cuando el reloj arqueaba las agujas
en el ocaso eterno de las brujas >
y que en sus brazos mitigó el dolor;
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que él era el Viento y la besó, insurgente,
por el transcurso de Mil y Una Noches.
Y que lo vio alejarse, sin reproches,
como quien mira el sol en el poniente.
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Simulará que conserva los bríos,
para que no se advierta la tristeza.
Declamará con pasión e incerteza,
un simulacro de libre albedrío.
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Le explicará que sin amor no hay nada
que justifique la vida en la Tierra,
y que la paz es mejor que la guerra,
aunque se pierdan las joyas ganadas.
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—¿ Y en el instante que nadie la vea…?
—Iniciará el retiro, lentamente,
al mar oscuro, a la sombra, a su fuente,
sin arrastrar otra cosa que sea:
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la enaltecida y firme convicción
de haber obrado con el corazón.
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C O N E L C O R A Z Ó N

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S I L
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