UN CAPÌTAL

No soy de los preceptos que acaté
alguna de las noches del Pasado,
ni de las lágrimas que he derramado,
ni del naufragio en el que no me ahogué.
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Ni soy de las paredes que se helaron
al golpe de los años y el invierno.
No soy de la ceguera y del infierno
de aquellos que en la pira me quemaron.
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Ni de las lenguas que me insultaron.
Ni de los besos que no me dieron.
Ni de los brazos que no supieron
abrir el alma. Y se cerraron.
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Mi padre ha vislumbrado (entre esas balas)
el fruto de la sangre que ofrendó,
la tarde de verano en que murió
legándome el tesoro de sus alas.
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No puedo atarme al ancla enmohecida
que esconde sus grilletes en los puertos,
y sólo representa tiempos muertos,
negándome la savia de la vida.
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Porque soy propietaria de mis días,
< las horas de Tu Amor > y del sosiego,
la sangre que me corre como el fuego,
el eco sanador de esta poesía;
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.

y todo lo que reste por sentir
el tiempo que nos queda por vivir.
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